11 sept 2013

Fue hasta que aprendí.

Lloraba sin cesar
tras la partida de mi lucero
era casi imposible respirar
aquellas tardes de enero.

Su amor se había desvanecido
y su ausencia carcomía mis huesos
en mi boca estaba el gemido
pidiendo a gritos su regreso.

Era mi desdicha tan inmensa
como el universo,
y mi desconsuelo descomunal
Hasta que aprendí
que lo que no fue no sera
y que tu partida fue lo mejor
que me pudo pasar.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario