10 nov 2014

Cien años de Soledad

El día de ayer terminé de leer Cien años de Soledad, del escritor colombiano Gabriel García Márquez, ganador en 1982 del Premio Nobel de Literatura y quien por cosas meramente de Salud, un día se levantó de mañana, tomó una bicicleta y se marchó al parque de los cielos dejándonos conmovidos, llenos de rabia y con una gran nostalgia colgada en los ojos, aquí en el lugar donde el solía llamar: Macondo.
Cien años de Soledad es considerada una obra maestra de la literatura hispanoamericana y universal, es una de las obras más traducidas y leídas en español. Ni José Arcadio Buendía con su carácter idealista y aventurero, mucho menos el Coronel Aureliano Buendía, con su lucha patriótica por resolver los conflictos políticos y sociales que hundían a su país, pudieron cautivarme tanto y causar estragos en mi como lo hizo Úrsula Iguarán quien es prima y esposa de José Arcadio Buendía, y quien para mí posee todas las características y cualidades impregnadas en la mujer latinoamericana.
Úrsula es una mujer fuerte, y es la única que posee la fuerza y la cordura necesaria en una familia de locos, es menester su cordura para poder llevar a la reflexión a los miembros de la familia, quienes al parecer solo heredaron las paradójicas cualidades de José Arcadio Buendía, tirándose a la intemperie en la búsqueda de aventuras y en la realización de sus propios sueños, así como de hacerlo para alcanzarlos. Ella, sin embargo ocupa todo su empeño, cada célula íntima de su ser y su carácter vivaz para crear empresas y sacar adelante a su familia, que por gracia de Dios ninguno de sus miembros posee una cola de cerdo, al menos durante su existencia. Cuantas Úrsula encuentro por la calle al salir de mi casa, he visto algunas vender tortillas, confites, quesillos y hasta agua helada, todo porque en casa no falte el arroz y los frijoles que en nuestro tiempo ya no es comida de pobres, sino de ricos.
Muchas de ellas con las manos encallecidas, los pies negros de caminar y de llevar a tuto a una familia carente de una figura paterna, en la mayoría de los casos, si estoy equivocado corríjanme ustedes que han visto a sus madres despreocuparse por el rubor de sus mejías y tomar cualquier forma de trabajo rudo sin temor a desquebrajarse la columna y romperse las uñas.
Pero llegó el día que se oscureció el sol y la luz, la luna y las estrellas, y las nubes volvieron tras la lluvia; el día cuando temblaron los guardas de la casa y los fuertes se encorvaron, las que molían se convirtieron en ociosas porque son pocas, y se nublaron los que miran por las ventanas; a pesar de todo ello, nunca se dio por vencida ni fue motivo de queja para los miembros de su familia. 
Lamentablemente durante sus últimos años después de ser una mujer fuerte y vivaz se convirtió en el objeto con que se divertían Aureliano y Amaranta Úrsula, desgraciadamente así es la vejez en nuestro tiempos modernos, despreciada por algunos e intolerable para otros, nadie anhela la sabiduría del viejo, porque es semejante a la locura de aquel que fue atado al castaño del patio de la casa, ni nadie se es susceptible a los gritos de los olvidados, quien dieron todo para irse sin nada. Durante el diluvio, poco a poco sucumbe a la demencia senil y pierde completamente la vista; sin embargo, siempre mantiene su espíritu que la caracteriza, aún en sus momentos de vejez no se rindió antes las adversidades. Vivió aproximadamente 120 años de edad. Durante su entierro, un calor sofocante invade Macondo.

Úrsula, me hace recordar a una Señora que vivía cerca de mi casa, su nombre era Magda Velásquez , la madre de los Briceños, quien durante los años de los 80´s y 90´s tuvo que luchar la pobre contra la demencia de sus hijos, quienes, en ese entonces, se encontraban viciados de todo mal, perdidos, con sus almas ennegrecidas de manera que aunque se bañaran con lejía y lavaran sus rostros, la desgracia y el pecado los arrastraba verticalmente en un abismo sin esperanza de volver. Sin embargo, ella siguió creyendo en Dios que un día sus hijos cambiarían y serian hombres de bien, hoy como dice el dicho “Otro gallo canta” puesto que las cosas no son iguales que las de entonces.
También me hace recordar a Doña Juanita Ortega, quien siempre luchó hasta el último suspiro, y con cada átomo de su ser procurando el bien de los suyos. Era ella una humilde costurera, quien reía de una manera escandalosa, y a quien la diabetes no le perdonó la vida, pero tengo la plena seguridad que está mejor que cualquiera de nosotros, su vista nunca se apagó y su visión alcanzo a muchos. Aún recuerdo su rostro, sus abrazos y sus besos, que desde niños solía darme, sé que allá donde está, quizás no se sienta muy orgullosa de mí, pero su ejemplo sigue agitando mi corazón.
Cuantas Úrsulas hay en nuestro país, y han sido olvidadas, llevadas al anonimato donde nadie valora su trabajo y su labor. Vivimos en un país donde cada día va en aumento el femicidio y la mujer todavía sigue siendo tratada como costilla y no como lo que es : una mujer.

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